Ifigenia: virtudes y “liderazgo exquisito” en la mujer

30 sep. 2011

Ifigenia: virtudes y “liderazgo exquisito” en la mujer

El papel de la mujer en la tragedia griega, ligado, salvo excepciones, a su tradicional rol "femenino", muestra similitudes con el emerger del liderazgo de la mujer en el mundo de las organizaciones. La rebelión cruenta contra el orden establecido y la sumisión y sometimiento al hombre, a sus decisiones e infidelidades maritales, inician la ruptura y tragedia que acaba en muerte de la heroína. Antígona, Medea, Electra, Clitemnestra y hasta la misma Helena son ejemplo de final trágico al romper con su rol de fiel subordinada.

El caso de Ifigenia es el de la mujer con liderazgo exquisito: sin renuncia de su condición femenina, despliega todas sus capacidades y asume compromiso y sacrificio con valentía, lealtad y amor hacia su familia y patria, en beneficio de fines más altos, hasta lograr la felicidad de ella y de sus seres queridos, afrontando dolor y sufrimiento. Su liderazgo exquisito reside en la propia valía y valores personales.

Ifigenia era hija de Agamenón, rey de Micenas, que se unió a su hermano Menelao para rescatar a Helena, esposa de este, raptada por Paris, hijo de Príamo, rey de Troya. Detenida la flota en Aulis, Agamenón cazó una cierva que estaba consagrada a Artemis. Esta, ofendida, decidió que no habría viento para las naves griegas hasta que Agamenón sacrificara a Ifigenia. Esta llegó de Micenas con su madre, Clitemnestra, y su hermano pequeño Orestes, engañados por el rey. Al descubrir la verdad, la desesperación, el odio y los deseos de venganza invadieron a Clitemnestra. Pero Ifigenia, a pesar del dolor y tristeza por su destino, asumió su sacrificio por Atenas.

Cuando la espada del verdugo iba a atravesar su garganta, al golpe de la cuchilla, Ifigenia desapareció y en su lugar había una hermosa cierva, bañando en sangre el altar sagrado. Artemis se había compadecido de la joven y la llevó en sus brazos hasta la península de Taúride, a orillas del Mar Negro. Allí la dejó en su propio templo. El rey de aquellas tierras bárbaras la vio y la consagró como sacerdotisa de la diosa. Todo extranjero que pisaba la costa era sacrificado, y la triste misión que asumió Ifigenia era consagrar a las víctimas, en su mayoría griegos, previo al sacrificio.

Pasaron los años. Clitemnestra consumó su rencor y venganza matando a Agamenón, victorioso a su vuelta de Troya. Orestes, ya adulto, cumplió el oráculo de Apolo: vengó a su padre, matando a su madre y al marido usurpador, Egisto. Después de muchas penalidades y sacrificios impuestos por el juicio a que fue sometido, Orestes terminó por desembarcar con su amigo Pílades en las costas de Taúride. Ambos fueron apresados y llevados al templo de Artemis para ser sacrificados. Allí se encontraron, sin reconocerse, con Ifigenia.

En su tragedia "Ifigenia en Taúride", Eurípides describe magistralmente el reconocimiento entre los dos hermanos a través de penalidades, sufrimiento, raciocinio y emoción. Tanto Ifigenia como Orestes han sido involucrados en problemas que ellos no han creado. Pero ambos, cada uno en su papel de líder, son capaces de tomar sus decisiones y de labrar su camino y vida.

Ifigenia había sido la designada para el sacrificio, ya que Orestes, como hombre, era el encargado de cumplir el oráculo de Apolo. Ambos, junto con Pílades, mostraron sus mejores cualidades: amor, sacrificio, generosidad, valentía y astucia, para salir de Taúride y terminar felizmente sus vidas en Argos: Orestes fue rey (¡en su papel, naturalmente, de hombre!); Pílades se casó con Electra (la hermana mayor, con peor destino); e Ifigenia fue de por vida sacerdotisa del templo de Artemis en Atenas.

Una tragedia griega con buen final, gracias al liderazgo exquisito de una mujer. Sin renunciar a su condición, influyó en su propio destino y en el de su familia y patria. Todo ello, como onda expansiva en un lago, desde su puesto de trabajo oficial.