
01 jun. 2008
El Liderazgo Invisible
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Hacer balance de los líderes invisibles que han pasado por nuestra vida nos hará, sin duda, profundizar y perfilar las cualidades que nos definen en el presente, y mejorarlas en el futuro, gracias a la huella que nos dejaron en el camino.
En sus Soliloquios o Pensamientos, Marco Aurelio (121-180 d. C.), el emperador filósofo, enumera lo que aprendió de cada una de las personas importantes en su vida: “...A no enojarme con facilidad...., ser frugal en la comida..., tomar los mejores maestros..., tolerancia en el trabajo...”
Se trata de lo más valioso que nos han ido dejando personas que ejercieron sobre nosotros un liderazgo especial, forjador de nuestra personalidad y carácter. Podríamos denominarlo liderazgo invisible, pues su presencia e influencia apenas se notan en el momento. Es algo que emana de otros y que aprendemos, sin que nos lo enseñen deliberadamente, que hace que descubramos nuevos intereses y valores latentes en nosotros, y que influye en nuestra vocación, carrera y vida. A la larga, desarrolla lo mejor que tenemos y que podemos dar.
Nuestros líderes invisibles han ido apareciendo desde la niñez. De ellos aprendimos, sin darnos cuenta, más allá de lo que nos enseñaban. Su liderazgo no era sólo lo que hacían, sino, sobre todo, lo que eran: un ejemplo, sin pretender predicar con él. El oro de su huella quedó en nosotros, frente a otras muchas influencias que hemos ido decantando a lo largo de la vida, como la arena del plato del buscador de oro.
Todos podemos identificar lo que aprendimos de estas personas. Es un buen ejercicio para templar y afinar el arpa de nuestras cualidades y posibles virtudes, a fin de ponerlas más a punto.
Personalmente, de mi abuelo traté de aprender su rectitud y diligencia, heredadas por mi hijo. De mi abuela, su resistencia y entereza ante contrariedades, lo que los anglosajones llaman resiliencia. De mi padre, su espíritu libre y optimista. De mi madre y hermanas, cariño infinito. De mi mujer, amor, solidaridad y lucidez...
Siempre hay profesores inolvidables. La calle del Pinar me sigue pareciendo “Un río entre sus dos orillas de castaños grises, con adoquines color de agua que bajan hasta La Castellana”. Con aquel profesor, la Literatura era la vida misma. Los versos de Homero sonaban como las olas suaves al romper en la nave de Odiseo.
Otra profesora, convertía el latín en aventuras juveniles, con Julio César, Tarpeya, Coriolano o Aníbal. Transformó además aquella jauría indomable que era la clase en un coro de fieras amaestradas que cantaban con armonía. Jamás la música pudo amansar tanto.
Con otro gran hombre, aprendimos en el laboratorio –y después en la vida– que cualquier intento fallido no es un fracaso, sino un paso en firme hacia lo que buscamos.
Personas como éstas nos dejaron su huella de liderazgo invisible.
Explorando nuestra carrera en la empresa, el liderazgo más profundo proviene a veces de personas que no necesariamente eran nuestros jefes directos, aún habiéndolos tenido muy buenos. De estos últimos aprendimos a ser buenos directivos: orientarnos a resultados, trabajar en equipo, saber liderar y mandar, cooperar con otros departamentos, etc. En general, a construir nuestro perfil “hard” de capacidades y experiencias directivas, condición necesaria en el desempeño eficaz de nuestra tarea.
Pero hay otros que influyeron más profundamente, en nuestro perfil “soft” de intereses y valores. Un gran director, de quien nunca dependí, fue clave en mi decisión entre petroquímica o recursos humanos. Todos hemos conocido a personas que sin pretenderlo también ejercieron su liderazgo invisible sobre nosotros y en nuestra vida.
Personalmente tengo el recuerdo imborrable de Harold Bridger a quien conocí en Estados Unidos allá por los 80. Era un ejemplo de coherencia entre valores predicados y practicados, sin pretender evangelizar.
Durante tres días en El Paular aprendió a jugar al mus, y descubrió y disfrutó los excelentes churros del desayuno. En una visita al Museo del Prado preguntó a una señora por qué observaba los cuadros tapándose un ojo con una mano y utilizando la otra a modo de catalejo. Ella respondió que prescindiendo del marco y de la pared entraba en el cuadro en toda su profundidad. Harold quedó maravillado con la idea e inmediatamente observó así todos los cuadros, asombrado del prodigioso descubrimiento. Ya tenía entonces 88 años y se comportaba ante las cosas nuevas con la frescura e inocencia de un niño.
Harold murió a los 95 años en plena actividad profesional. De él aprendí que jamás me retiraré del trabajo que me apasiona. Su liderazgo como consultor era también invisible. De él emanaba una forma de ser y de actuar espontánea, alineada y coherente con sus valores. Lo más importante que se aprendía de él era el ser eternamente joven de espíritu y de cuerpo, asombrándose, disfrutando y aprendiendo cada día, con la luz del sol, muchas cosas que pasan desapercibidas para los demás.
Repasar los líderes invisibles que hemos tenido en nuestra vida es volver al pasado para reencontrarnos y descubrirnos distintos en el presente. Es probablemente el liderazgo más exquisito que hemos recibido y aprendido en libertad.
No es por tanto casualidad que en aquella deliciosa película Mejor Imposible, con un maníaco depresivo Jack Nicholson y una desesperada Helen Hunt, que se preguntaba cuándo podría tener un novio normal, al pedirle ella que le dijera algo hermoso, él rompe su coraza neurótica y descubre que la quiere no sólo por todo lo bueno que ella tiene, sino por su liderazgo invisible: “Tú me has hecho ser mejor y me has ayudado a descubrir las cosas buenas que hay en mí”.