
01 sep. 2007
Encrucijadas, crisis y crisoles de la vida
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Si, en un papel en blanco, de izquierda a derecha, trazamos una línea desde nuestro nacimiento hasta el momento actual de nuestra vida, podemos ir marcando con una X los momentos en que nos han sucedido cosas importantes o acontecimientos a los que nos hemos tenido que enfrentar, positivos o negativos, que han supuesto un cambio en nuestra vida.
El ejercicio resulta sencillo. Nos aparecerán aproximadamente entre media y una docena de sucesos importantes, en los que ha habido un punto de inflexión, un antes y un después, una fisura o discontinuidad: un evento positivo o una crisis, donde lo hemos pasado realmente bien o mal. Es, sobre todo, interesante tratar de ver cómo hemos reaccionado a esas crisis y, en su caso, qué aprendimos de ellas y con qué imagen de nosotros mismos nos quedamos, qué nuevas facetas nuestras han brotado y cómo éstas han conformado nuestra propia autoimagen.
En química, un crisol es un recipiente de porcelana resistente al fuego donde, a altas temperaturas, se funden y combinan entre sí metales u otros productos químicos para dar lugar a un nuevo compuesto. El crisol era el vaso donde los antiguos alquimistas trataban de obtener el oro a partir de otros metales.
Jorge Luis Borges decía que la vida es una secuencia de momentos, únicos en sí mismo, que hay que vivir intensamente uno a uno, en toda su plenitud.
La carrera profesional y la vida, ese gran laboratorio donde trabajamos, son también una secuencia discontinua de crisis y crisoles donde podemos transformar en oro las aleaciones complicadas de sucesos que, a veces, nos sobrevienen en nuestra existencia. En cada uno de ellos se va forjando nuestra personalidad y carácter: unos resultan fortalecidos y otros tienden a derretirse.
Los cambios suelen tener lugar a altas temperaturas y, a veces, altos dolores. En ellos brotan en altorrelieve las esencias más exquisitas de nuestro liderazgo.
¿Cuáles han sido los momentos definitorios de mi vida? ¿Qué ocurrió en ellos? ¿Cómo pasé de un punto a otro? ¿Qué papel han jugado el éxito y, sobre todo, el fracaso a lo largo de mi carrera y de mi vida? ¿Qué es para mí el éxito?
Personalmente, la primera crisis y crisol importantes que recuerdo, durante mis estudios, fue la decepción de mi abuela y, en parte de mis padres, al decidir yo estudiar Química en vez de Ingeniería. Me llevó algunos años sentirme fortalecido por la decisión. Quizá por eso, después he pasado toda mi vida estudiando otras muchas cosas.
Creo también que las opciones a que renunciamos en la vida (tipo de carrera, oportunidades, ofertas, posibles ascensos, etc.) son muy importantes y dicen mucho de nosotros: de nuestros intereses, nivel de riesgo, saltos en el vacío por exceso de ambición, o riesgos calculados, alineando nuestras capacidades e intereses con el proyecto; alternativas aburridas, con demasiada seguridad y acomodamiento, etc. Son todas ellas portentosas fuentes de conocimiento sobre nosotros mismos: quiénes somos y quiénes no somos, qué nos mueve y qué andamos buscando en la vida.
Las encrucijadas y crisoles de nuestra vida y carrera, especialmente y sobre todo la forma en que las vivimos, afrontamos, sufrimos, padecemos o superamos, dicen mucho sobre lo que somos y quién creemos realmente que somos.
A veces, el crisol contiene un acontecimiento muy positivo. Otras, una tragedia. En todas ellas, y, sobre todo en estas últimas, nunca elegimos ni el lugar ni el momento. Son momentos donde hablamos sin guión escrito y cantamos sin partitura ni letra. A veces, podemos quedar destruidos por la experiencia. Pero, al superarlas, salimos de ellas mucho más fortalecidos y conscientes de nuestros puntos fuertes y objetivos, y mejor equipados para afrontar el futuro.
En definitiva, la auténtica, la verdadera experiencia, no consiste en lo que nos sucede, sino en lo que nosotros hacemos con lo que nos sucede. La aleación de metales que nos viene en el crisol es con frecuencia de composición desconocida, pero de nosotros depende transformarla en oro. A veces, sin poder evitar alguna quemadura, pero, ante todo, sin derretirnos ni fundirnos con la mezcla.